“Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.
2 Pedro 3:18
¿Y AHORA QUÉ SIGUE -quizás te preguntes-? Abre la Biblia en el Evangelio que prefieras. (Marcos es el más gráfico, Lucas el más sensible, Mateo el más majestuoso y Juan el más profundo). Y ahora haz algo un tanto contradictorio. Solemos sentirnos obligados a leer tanto de la Palabra de Dios como podamos en una sentada -cuanto más alimento espiritual, mejor, ¿no?-. Pues, en realidad, no. Como en cualquier bufet, es posible tomar demasiado de algo bueno, lo cual también es cierto en el caso de la Biblia. Este método no consiste en esa antigua estrategia de “tres capítulos diarios y cinco el sábado” para leer la Biblia a lo largo de un año. Este es un método de “tan lento como sea posible y tomar todo el tiempo que necesites”. ¿Por qué? Porque el objeto de nuestra adoración es centrarnos en Jesús. Pero si atestamos la mente con tres capítulos del Evangelio a primera hora de la mañana, ¿qué posibilidad hay de que retengamos algo?
Por eso, esta “nueva forma de orar” echa mano de solo un relato al día: un milagro, una parábola, una enseñanza, un incidente. Quieres saturarte de lo que el Espíritu Santo te proporcionará a partir de ese único relato. Con dos o tres relatos te preguntarías en qué lección quiere que te centres. Así que quédate con uno solo (normalmente de una extensión de tres a diez versículos). Las traducciones modernas están convenientemente divididas en párrafos, que destacan para el lector los cortes lógicos.
Obviamente, leer un solo relato no llevará mucho tiempo en absoluto, especialmente cuando ya se está familiarizado con él. (A propósito, evita la tentación de saltarte los conocidos; a veces Dios tiene escondidas sus lecciones más profundas en los textos más conocidos). He aquí, por ello, la estrategia: vuelve a leer para evocar. Conviértelo en una experiencia sensorial completa: convierte el relato en un DVD en tu mente. La primera vez, contémplalo simplemente; la segunda, añádele los sonidos; la tercera, los olores; también el gusto y el tacto. Recuerda que nos convertimos en lo que contemplamos. Por ello, cerciórate de que los ojos de tu alma beben del increíblemente rico detalle de Jesús que el Espíritu llevará a tu mente.
Y, entretanto, pregúntate: ¿Qué me dice este relato sobre mi Salvador y Amigo? El Espíritu inspiró al evangelista con cada relato. Algo divino está escondido en su interior, algo profundamente significativo para tu supervivencia y tu desarrollo espirituales. ¿Qué quiere Dios que aprendas de ese relato aislado? Pregúntaselo. Busca la respuesta. Y te prometo que ¡el Dios del universo se acercará a tu mente y te revelará un retrato de Jesús que nunca olvidarás!
Da gracias a Dios cada vez que abres los ojos y un rayo de sol cae sobre ti.
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