John Wiclef, considerado el lucero de la Reforma Protestante, murió el 31 de diciembre de 1384. Sus restos fueron sepultados en el patio de la Iglesia de Lutterworth, y allí permanecieron durante cuarenta años. Sin embargo, en 1428, en cumplimiento del decreto emitido en 1414 por el Concilio de Constanza, su tumba fue abierta, sus restos fueron exhumados y quemados, y sus cenizas esparcidas en el pequeño río Swift. Según los dirigentes católicos de aquella época, la cremación garantizaba que Wiclef nunca más volvería a la vida.
Experiencias como la que acabo de contar han inducido a algunos cristianos a suponer que si son cremados, no resucitarán cuando Cristo vuelva. No se dan cuenta de que la cremación simplemente acelera la sentencia ineludible que pesa sobre nosotros: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19, NVI). ¡Qué más da que volvamos al polvo en quince minutos o en cien años!
A veces olvidamos que nuestro Dios no está condicionado por la materia. El creó todo lo que existe de la nada, simplemente con su palabra. Pablo dice que “lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3, RV95). Pasamos por alto que en la resurrección habrá una completa transformación de nuestro cuerpo “en un instante, en un abrir y cerrar de ojos”, y que cuando resucitemos tendremos “un cuerpo espiritual”; esto sucederá “cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad” (1 Corintios 15:52, 44, 54, NVI). Cuando la “trompeta de Dios” suene, “los muertos en Cristo resucitarán” (1 Tesalonicenses 4:16, RV95). Juan contempló el instante cuando el “mar devolvió sus muertos” (Apocalipsis 20:13, NVI). De hecho, los que murieron en el mar ni siquiera dejaron cenizas.
¿Que un cristiano que haya sido cremado no resucitará? Como dice Pablo en 1 Corintios 15:36: “¡Qué tontería!” (NVI). Si quemar un cuerpo lo descalifica para que resucite, ¿qué sucederá con los mártires que perecieron incinerados en el fuego inquisidor? Clamemos junto con Job: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo, y que después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25, 26, RV95).
Por: J. Vladimir Polanco
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