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Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
Tu destino está en ti mismo, no en tu nombre.
El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde.
Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca un desafío para probar nuestro coraje y voluntad de cambio; en ese momento, no tiene sentido fingir que no ha ocurrido nada o decir que aún no estamos preparados. El desafío no esperará. La vida no mira hacia atrás. Una semana es tiempo más que suficiente para decidir si aceptamos o no nuestro destino.
Recuerda esto: nada está escrito en las estrellas. Ni en éstas, ni en ningunas otras. Nadie controla su destino.
Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores, tus valores se convierten en tu destino.
Los sueños son como las estrellas. Usted puede que nunca las toque, pero si sigue sus pasos, lo guiarán a su propio destino.
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Sólo por la alegría y el dolor una persona conoce algo acerca de sí mismo y su destino. Aprenden qué hacer y qué evitar.
Es un error mirar demasiado lejos. Sólo un eslabón de la cadena del destino puede ser manejado a la vez.
Cada hombre tiene su propio destino: el único imperativo es seguirlo, aceptarlo, no importa adonde lo lleve.
Una vez que un objeto ha sido incorporado a una pintura, acepta un nuevo destino.
Usted es el dueño de su propio destino.
Hemos venido a este mundo con un destino específico y personal. Tenemos un trabajo que hacer, un llamado a promulgar, un sí mismo a transformar. Somos quienes somos desde la cuna y estamos atascados en eso.
Las personas no quieren palabras, quieren el sonido de la batalla: la batalla del destino.
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